En el mundo de hoy, el estigma hace que muchas personas crean que quienes tenemos depresión somos más débiles o vulnerables, y que no podemos afrontar situaciones de la misma forma que alguien que no la tiene. Sin embargo, muchas veces me pongo a pensar si aquellas personas han tenido oportunidad de reflexionar en algún momento sobre qué significa realmente convivir con la depresión.  Sobre cómo se siente y cómo se afronta.  

En mi experiencia, la depresión va cambiando de forma y suele ir  de menos a más. Muchas veces podemos tardar años en darnos cuenta que tenemos depresión o que alguien cercano la tenga. En un inicio, es muy difícil llegar a dar con el diagnóstico: muchos hemos pasado por diversas áreas de la medicina física, pensando erróneamente que lo que tenemos es anemia porque nos sentimos débiles, cansados y sin fuerzas. Al no darle importancia a la salud mental, solemos pensar que todo lo que nos pasa es físico, también porque no conocemos que una enfermedad antes de hacerse física puede ser emocional: la relación que guardan ambas es muy estrecha y es una especie de causa-efecto, ya que muchas veces un problema relacionado a nuestra salud mental puede terminar manifestándose en el cuerpo.

Ilustración: Google

Convivir con la depresión no es sinónimo de tristeza, pues este es un sentimiento que todo ser humano siente en algún momento de su vida. Una persona puede estar sonriendo las 24 horas del día, los 7 días de la semana, y puede estar atravesando por una depresión. La lucha no es con el mundo ni con las personas que nos rodean, la lucha siempre es interna. Existen días oscuros (aquellos en que sientes con más intensidad la depresión), donde no quieres luz, no quieres gente, no quieres compañía, no quieres comida y todo te parece que no tuviera razón de ser. No le encuentras sentido a nada, ni siquiera a lo bueno que quizá pueda estar pasándote en ese momento. Muchas veces las personas se preguntan: si les va bien, ¿por qué se sienten así?

Para las personas que convivimos con depresión es normal tener días oscuros en donde no podemos salir de la cama. Y no es cuestión de fuerza de voluntad, porque queremos,  pero en verdad no podemos salir de la cama y decidimos quedarnos ahí porque dentro de todo es el lugar donde más cómodo/a puedes estar.

Como si esto fuera poco, aparece también la ansiedad. Esa dificultad que se tiene para respirar, una erupción que estalla dentro sin razón, un temblor incontrolable: es miedo, es preocupación, es angustia. Al no entender tu depresión, todo esto aparece y uno también debe luchar contra ello, y cuando no puedes te frustras y todo es peor dentro de ti. Tu cerebro no para de decirte cosas que te llegan a desesperar cada vez más, hundiéndote y haciéndote tener cada vez menos fuerzas para seguir luchando. Todo es una guerra interna, una lucha de ti contra ti y no sabes quién va a ganar porque al final es la misma persona la que puede desistir y decidir no seguir la lucha.

Esta lucha, para mí, no es sinónimo de debilidad, sino de valentía. No creo que una persona “débil” podría aparentar que todo está bien por fuera, cuando por dentro se ahoga. No nos equivoquemos: una persona con depresión es fuerte, porque puede sonreír como si no viviese en una lucha interna día tras día.

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