Las personas que trabajamos o que estamos de alguna u otra manera relacionadas al tema de salud mental estamos lamentablemente acostumbradas a encontrar las puertas cerradas.
¿Por qué? Porque si convivimos con una afección mental, los comentarios de las personas suelen ser los mismos: “pon de tu parte”, “otros la tienen peor”, “relájate”, entre otros. Si tenemos algún familiar o amigo que conviva con una afección mental, la figura suele ser la misma, solo que esta vez los comentarios son para una tercera persona. Si trabajamos por cambiar la realidad de la salud mental, el escenario es muy parecido.
Toda la coyuntura de reforma que ha venido impulsando el Estado en los últimos años nos ha llenado de renovada esperanza a todos los que trabajamos por la salud mental o que somos activistas de este tema. Finalmente se apuesta por un enfoque comunitario que prioriza la inserción social de la persona con afecciones mentales en lugar de su aislamiento. Y esto es un paso gigante.
Sin embargo, todavía hay muchísimo camino por recorrer: la amplia mayoría de nuestra sociedad sigue pensando que la salud mental es un tema que no merece ser tratado con la seriedad debida: que es casi una broma, una rama de la salud que no es importante, algo que solo le compete a los “débiles que no saben cómo lidiar con sus problemas”, algo que es “cosa de locos”, algo que «no vende».
Y esto lo vemos todos los días en los diversos estratos de nuestra sociedad.
Lo vemos en el ámbito académico, cuando un estudiante conviviendo con una afección mental no encuentra el apoyo que necesita por parte de su casa de estudios para continuar en el camino de su realización profesional.
Lo vemos en la esfera laboral, cuando es todavía imposible que una persona pueda solicitar un descanso médico porque su mente ha enfermado, siendo un resfrío más válido que una depresión o cualquier otra afección mental.
Lo vemos aún en los medios de comunicación, cuando vemos el pésimo trato que tuvo hace unos días la noticia de Angie Jibaja siendo internada en un centro de salud mental debido a una depresión severa que la llevó a intentar suicidarse. Cuando programas tan mediocres como “Amor, amor amor” tratan con sarcasmo una noticia como esa, sumamente trágica y que no puede ser motivo de burla bajo ninguna circunstancia.
Lo sigo viendo yo, todos los días. Lo veo en nuestro trabajo con De-mentes, cuando nos sigue siendo tan difícil encontrar apoyo de personas u organizaciones que crean en la importancia de la salud mental. Lo veo también en el trabajo de organizaciones hermanas, que comparten nuestra lucha.
La pregunta es: ¿hasta cuándo? ¿Qué debemos hacer para que el común denominador se dé cuenta de la importancia de la salud mental para nuestro bienestar? ¿Para nuestra calidad de vida? ¿Cuántas personas más tienen que ser víctimas para que esta realidad finalmente cambie, de una vez por todas?
Debemos empezar el cambio por nosotros mismos. Quizá si cada uno de nosotros cambia sus actitudes y rechaza públicamente las situaciones o argumentos que he enunciado en este artículo, educando a quienes los perpetran, podamos realmente generar un cambio y salvar así muchas vidas.
Sigamos luchando, todos juntos, por un Perú y un mundo libre de estigma.
#TodosPorLaSaludMental
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