La salud mental tiene una profunda conexión con el desarrollo sostenible, la cual ha sido evidenciada por numerosos estudios a lo largo de los años. En la última década, y sobre todo tras la pandemia por el virus del COVID-19, esta conexión está siendo cada vez más reconocida, posicionando a la salud mental como una prioridad para la salud global y para el desarrollo sostenible.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) viene resaltando hace varios años la relevancia de la salud mental para el desarrollo, definiéndola como “un estado de bienestar en el cual cada persona desarrolla su potencial, puede afrontar las tensiones de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera, y puede aportar a su comunidad”. Asimismo, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas incorporan la promoción y prevención de la salud mental en muchas de sus metas.
De esta manera, es importante reconocer que el estado de salud mental de una sociedad está fuertemente asociado con su nivel de desarrollo. Esta relación es bidireccional: es decir, se da como causa y como consecuencia.
Al respecto, la revista científica “The Lancet” lanzó hace cinco años una comisión especializada con el objetivo de repensar la salud mental bajo el paradigma del desarrollo sostenible, considerando el marco de los ODS. Este grupo de trabajo evidenció cómo los determinantes sociales de la salud mental se vinculan intrínsecamente con el desarrollo sostenible, considerando dimensiones como la estabilidad económica, la vivienda, la educación, la seguridad alimentaria, entre otros.
Por ejemplo, las adversidades económicas están asociadas con una mayor incidencia de problemas vinculados a la salud mental. Variables demográficas, como nuestro género, nuestra edad y nuestra raza, también pueden influenciar de manera positiva o negativa nuestra salud mental.
A su vez, el entorno en el que vivimos es un determinante importante: la exposición a variables como la violencia y los conflictos pueden ser perjudiciales para nuestra salud mental. Al respecto, diversos estudios realizados en Ayacucho muestran cómo el conflicto armado interno tuvo efectos intergeneracionales sumamente negativos en la salud mental de las personas en dicha región del Perú. La exposición a los efectos del cambio climático y a los desastres puede también tener consecuencias negativas en nuestra salud mental.
Por otro lado, tener una mala experiencia educativa, ya sea a nivel académico o social (exposición al bullying), constituye un factor de riesgo para nuestra salud mental, especialmente durante la infancia y la adolescencia. Por su parte, recibir educación de calidad es un factor protector para nuestra salud mental porque promueve el desarrollo cognitivo.
Asimismo, esta conexión entre la salud mental y el desarrollo se puede evidenciar en las estadísticas de la carga mundial de morbilidad. Los problemas vinculados a la salud mental están dentro de las diez causas principales de morbilidad en todo el mundo desde hace más de treinta años. En el 2020, la ansiedad y la depresión causaron 49.4 millones y 44.5 millones años de vida ajustados por discapacidad respectivamente. Esta es una medida estadística que mide el número de años saludables perdidos debido a enfermedad, discapacidad o muerte prematura.
Además, el estado de salud de nuestra sociedad impacta también en la economía mundial. Los problemas asociados con la salud mental le cuestan a la economía mundial USD 2.5 trillones cada año en pérdidas de productividad y en costos de atención en salud. Este costo aumentaría a USD 6 trillones para el 2030.
Este 2023, la OMS ha centrado la celebración del Día Mundial de la Salud Mental en promover el compromiso global para reconocer y defender la salud mental como un derecho humano universal. Reforcemos este compromiso impulsando iniciativas de prevención, promoción y de lucha contra el estigma, considerando además la relevancia que tiene la salud mental para el desarrollo sostenible de nuestro mundo.
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