Los efectos del cambio climático se están haciendo cada vez más evidentes en el Perú y en la región: incendios forestales sin precedentes, sequías, inundaciones, huaicos, entre otros fenómenos se están haciendo cada vez más frecuentes. ¿Cómo afecta este suceso a la salud y salud mental de las personas? Entrevistamos a la doctora Elaine Flores Ramos, PhD en Epidemiología por The London School of Hygiene & Tropical Medicine y Magíster en Ciencias de Investigación Epidemiológica por la Universidad Peruana Cayetano Heredia. Elaine tiene una destacada carrera de investigación enfocada en los impactos en la salud mental de desastres naturales.

Foto: ANDINA

¿De qué manera el cambio climático afecta la salud de las personas, incluyendo la salud mental?

Cuando hablamos de cambio climático o de calentamiento global, a menudo pensamos en fenómenos lejanos, como el derretimiento de los glaciares o la extinción de especies. Sin embargo, sus efectos ya están muy presentes en nuestra vida cotidiana, especialmente en un país diverso como el Perú. Estos afectan nuestra salud física y mental de varias maneras, muy relacionadas y aumentando su impacto entre sí.

Primero, debemos recordar el fuerte vinculo de la salud física con la salud mental. En términos de impactos del cambio climático en la salud física, estamos viendo un aumento en enfermedades respiratorias, cardiovasculares y enfermedades transmitidas por vectores como el dengue y la malaria. Esto es muy preocupante pues, por ejemplo, el aire que respiramos se vuelve más contaminado, especialmente luego de eventos como los incendios forestales que han ocurrido recientemente. Asimismo, los cambios en los patrones de lluvia afectan la producción de alimentos, generando inseguridad alimentaria y desnutrición. Además, el retroceso de glaciares altera también el suministro de agua, lo que afecta a muchas comunidades.

Más allá de la salud física, el cambio climático tiene un impacto profundo en nuestra salud mental. En investigación, se habla de conceptos nuevos en este contexto, como la «eco-ansiedad», que es la preocupación constante sobre el futuro del planeta, y la «solastalgia», que describe la tristeza que sentimos al ver cambiar drásticamente los lugares que nos son conocidos y amamos, como por ejemplo la pérdida de lagunas, especies, bosques. El ser testigos de estos cambios de manera directa o indirecta (por ejemplo, a través de las redes sociales o la televisión) genera ansiedad y estrés.

Y esto no solo genera preocupación, sino que también pueden intensificar problemas de salud mental en personas que ya enfrentan, por ejemplo, depresión o ansiedad, como es al caso de un alto porcentaje de nuestra población. Estos efectos son cada vez mas frecuentes e intensos, y al sumarse problemáticas sociales como la pobreza e inseguridad, están generando ciclos de angustia que pueden ser muy difíciles de romper.

¿Cómo impactan los desastres ambientales en la salud mental de las personas directamente expuestas a ellos?

Los desastres ambientales, como los incendios recientes en la Amazonía y los Andes, tienen un impacto profundo y duradero en la salud mental de las personas directamente expuestas a ellos. Estos eventos no solo devastan el entorno físico, sino que también generan una serie de problemas emocionales que afectan profundamente a las comunidades. Muchas personas desarrollan estrés postraumático, reviviendo constantemente el trauma a través de pesadillas, flashbacks y pensamientos intrusivos sobre la destrucción de sus hogares y el entorno natural. La depresión también es común, especialmente en quienes han perdido sus medios de vida, lo que genera un sentimiento de desesperanza e impotencia, ya que su futuro se ve incierto. La ansiedad se vuelve crónica, alimentada por el miedo constante a futuros desastres similares y por la sensación de que las respuestas oficiales no son lo suficientemente rápidas ni efectivas, lo cual es exacerbado por la cobertura continua de imágenes alarmantes en los medios de comunicación.

Además de estos problemas, las personas afectadas pueden sufrir de trastornos del sueño, interfiriendo con su capacidad para descansar adecuadamente, lo que agrava el agotamiento físico y emocional. En algunos casos, el abuso de sustancias y alcohol se convierte en una vía de escape para enfrentar el estrés y la ansiedad, lo que genera un círculo vicioso de problemas de salud mental. Otro efecto importante es el duelo complicado, en el que las personas tienen dificultades para aceptar la pérdida de seres queridos, viviendas o medios de subsistencia, y este duelo se prolonga y profundiza, afectando gravemente su capacidad para seguir adelante.

Lo más preocupante es que estos efectos psicológicos no desaparecen cuando se extingue el último incendio; por el contrario, pueden persistir durante años, afectando a comunidades enteras.

Elaine Flores Ramos

¿Qué grupos son más vulnerables a esta afectación? ¿Existe una diferenciación por género, edad u otras características sociodemográficas?

Los desastres ambientales no afectan a todas las personas de la misma manera, y ciertos grupos son más vulnerables a desarrollar problemas de salud mental tras estos eventos. Niños, niñas y adolescentes son particularmente sensibles, ya que pueden desarrollar miedos y trastornos que persisten en su vida adulta, dado que su capacidad para procesar estos traumas es limitada. Los adultos mayores, a menudo más aislados y con menor movilidad, enfrentan un mayor riesgo de sentirse indefensos y abandonados, lo que puede exacerbar el impacto emocional de un desastre.

Las mujeres también son un grupo vulnerable, ya que tienden a asumir roles de cuidado en sus familias y comunidades, lo que las expone a mayores niveles de estrés emocional, especialmente en situaciones de crisis. Además, diversos estudios han demostrado que las mujeres reportan más casos de estrés postraumático y depresión después de desastres. Las comunidades indígenas y los pequeños agricultores son especialmente afectados, ya que la pérdida de sus tierras ancestrales no solo representa un golpe económico, sino también la destrucción de su identidad, cultura y modos de vida tradicionales. Esta conexión íntima con la tierra hace que los efectos emocionales sean aún más profundos y difíciles de superar.

Otros grupos en riesgo incluyen a personas con problemas de salud mental preexistentes, quienes pueden ver cómo sus síntomas empeoran debido al estrés extremo de un desastre. Asimismo, los trabajadores de primeros auxilios, como bomberos y rescatistas, a menudo enfrentan trauma secundario y agotamiento emocional tras su exposición continua a situaciones críticas.

En el caso de los incendios forestales, ¿de qué manera se ha evidenciado esta afectación en la salud mental?

Los incendios forestales, como los que han devastado la Amazonía, muestran impactos graves y duraderos en la salud mental de las personas afectadas. Estos desastres no solo destruyen el entorno natural, sino que también generan un estado de estrés agudo y crónico, ya que muchas comunidades viven en constante alerta ante la posibilidad de nuevos incendios. Investigaciones previas han demostrado que la exposición directa a grandes incendios aumenta significativamente el riesgo de problemas de salud mental como el estrés postraumático, la depresión y la ansiedad, así como daño cognitivo debido a la inflamación que provoca la inhalación de aire contaminado, y estos efectos pueden persistir durante meses o incluso años, como se ha mostrado en estudios sobre los incendios forestales en otros países.

Para las comunidades que dependen de la Amazonía, la pérdida no es solo material, sino también cultural y espiritual, lo que agrava los sentimientos de pérdida y desarraigo. El desplazamiento forzoso de familias enteras crea un sentido de desorientación y desarraigo que alimentan los problemas de salud mental.

Estos efectos son amplificados por las pérdidas económicas, ya que la destrucción de cultivos y medios de vida eleva los niveles de desesperanza en las comunidades afectadas. El impacto emocional es particularmente grave en las poblaciones indígenas, donde la pérdida del bosque implica la pérdida de identidad, lo que añade una dimensión de duelo cultural. Las secuelas en la salud mental pueden persistir y profundizarse, afectando la capacidad de las personas para reconstruir sus vidas y volver a una rutina normal incluso luego de muchos años.

¿Qué medidas se pueden tomar desde el Estado, el sector privado y la sociedad civil frente a estos hechos?

Frente a los impactos de los desastres ambientales en la salud mental, se requiere una respuesta coordinada desde el Estado, el sector privado y la sociedad civil. Desde el Estado, es fundamental fortalecer los programas de salud mental comunitaria, adaptándolos a las necesidades específicas de las zonas afectadas, como la Amazonía y los Andes, y asegurando una coordinación efectiva entre los ministerios de Salud, Ambiente y los gobiernos regionales y las municipalidades. También es clave implementar políticas de prevención y respuesta rápida a los incendios forestales, integrando el conocimiento tradicional de las comunidades indígenas, quienes han demostrado una capacidad de adaptación y cuidado del medio ambiente durante siglos.

El sector privado tiene un papel crucial, especialmente las empresas que operan en zonas vulnerables, como las dedicadas al ecoturismo y la agricultura sostenible. Estas pueden invertir en programas de reforestación y ofrecer apoyo psicosocial a las comunidades afectadas, además de implementar políticas de sostenibilidad corporativa o responsabilidad social que incluyan la salud mental en sus compromisos con el bienestar local.

La sociedad civil, por su parte, puede liderar campañas de concientización que subrayen la relación entre el cambio climático y la salud mental, así como formar redes comunitarias de apoyo que brinden primeros auxilios psicológicos en las zonas afectadas. Las ONG juegan un rol clave en movilizar recursos, presionar por políticas más efectivas y capacitar a líderes comunitarios en resiliencia climática y salud mental.

Como medida conjunta, sería ideal crear equipos de respuesta rápida que incluyan profesionales de salud mental, para intervenir de manera integral en momentos críticos. También se deben desarrollar programas de capacitación para fortalecer la resiliencia en las comunidades, fomentando la adaptación a los cambios ambientales y mitigando sus impactos psicológicos. Los desafíos son enormes, pero nuestra capacidad de adaptación y resiliencia lo es también, y trabajando juntos, podemos proteger tanto la salud mental como el medio ambiente.

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